Los eclipses se han dado lugar a desde la antigüedad. Por sorprendente que pueda parecer, la popularización de rituales en torno al eclipse del pasado lunes fue una tendencia bastante presente en redes sociales. También se registraron llamadas alertando a las autoridades de que «un objeto volante estaba cubriendo el sol» o incluso disparos hacia ese objeto, no el todo anecdóticas.
Por desgracia, este aumento de fe en el pensamiento mágico o sobrenatural no fue acompañado de un aumento de confianza en la ciencia. A pesar de las reiteradas advertencias por parte de los expertos respecto al peligro de mirar directamente al sol durante el eclipse sin protección, fueron muchos los que desoyeron las advertencias. De hecho, el aumento de búsquedas en Google referentes a daño en los ojos aumentó específicamente en las regiones y tiempos en los que se observó el eclipse. Pero ¿por qué daña nuestros ojos mirar directamente al sol en este contexto?
En el fondo de nuestros ojos se encuentra un tejido nervioso altamente sensible a la luz llamado retina, compuestos por las células responsables de que podamos ver: conos y bastones. Durante el día, nuestros reflejos impiden que miremos directamente al sol a una velocidad extraordinaria, y nuestras pupilas se contraen si hay mucha luz. Durante el eclipse, sin embargo, nuestras pupilas se dilatan como si la luz solar no estuviera presente, y esos reflejos se ralentizan. De esta forma, una pupila más dilatada permite entrar más radiación a la retina, durante más tiempo. Esta radiación procedente del halo que se forma durante el eclipse es capaz de dañar la retina, incluso de forma permanente.
Disfrutar de la naturaleza de forma segura requiere, casi siempre, algo de conocimiento. O al menos confianza en quienes tratan de explicar los riesgos.
Fuente: www.elcomercio.es/ciencia