Desde hace décadas que las bengalas, petardos, voladoras, entre otros pirotécnicos, se han convertido en el principal entretenimiento en Navidad y Año Nuevo tanto para grandes como para niños. No obstante, es importante tener en consideración los riesgos y peligros que el uso de fuegos artificiales implica, para así evitar atravesar por momentos desagradables y angustiantes durante las celebraciones.
En primer lugar, se hace imprescindible tener claro que los explosivos deben ser manipulados exclusivamente por adultos, quienes deben contar con protección ocular y ropa adecuada -no inflamable- o en el mejor de los casos, dejar la operación en manos de profesionales, aún considerando que el mayor porcentaje de personas accidentadas y lesionadas ocularmente por pirotecnia no son necesariamente aquellos que los encienden, sino los mismos espectadores y observadores.
Muchos de los accidentes que se producen tienen sus causas en: la manipulación incorrecta, falta de cautela e imprudencia de los presentes en relación a las instrucciones y barreras de seguridad, utilización de fuegos artificiales no certificados, de mala calidad o hechos en casa, corta distancia al momento de encender el explosivo, exposición a zonas de extremo calor que generen combustión, encendido de petardos con mechas cortas, lo que no da la posibilidad a quien lo enciende de alejarse lo suficiente del lugar en donde estalla el aparato explosivo y finalmente, encendido de pirotecnia en espacios cerrados y zonas despejadas.
En el caso en que un joven decida prender un explosivo en casa, éste debe estar estrictamente bajo la supervisión de uno o más adultos responsables.
De cualquier forma, de producirse un incidente de esta magnitud, se debe inmediatamente considerar como una emergencia médica y con el lesionado se debe proceder a realizarle ciertas curaciones que alivien su dolor. De acuerdo a su gravedad, evaluar su traslado a un centro médico y solicitar atención médica a la brevedad.
Los fuegos artificiales pueden provocar desde roturas del globo ocular, quemaduras químicas y térmicas, abrasiones corneales hasta desprendimiento de retina. Todas las lesiones anteriores pueden transformase en un daño de visión severo y en el peor de los casos, en una pérdida permanente de la vista y/o ceguera.