Cuando nuestros hijos son muy pequeños, no pueden avisarnos de que no ven de forma correcta. Por eso, es fundamental realizar la primera visita al oftalmólogo durante su primer año de vida. Aunque la vista es uno de los sentidos que más utilizamos a lo largo de nuestra vida, lo vamos desarrollando de manera progresiva desde nuestro nacimiento. Al principio, los bebés sólo son capaces de percibir bultos, luces y sombras, pero ya a los dos meses reconocen la cara de sus padres si se encuentran muy cerca de ellos e incluso llegan a sonreírles. A los tres, ya siguen con los ojos a una persona u objeto próximo ellos, y con seis o siete meses empiezan a tener percepción de la profundidad y la calidad de los colores.
La madurez visual, en cambio, se alcanza tiempo más tarde, con seis u ocho años. Por ello, es muy importante que durante todo este proceso, estemos muy pendientes de la salud visual de nuestros hijos.
Resultados de una investigación de la OMS revelan que, a pesar de que el 34% de la población infantil de países europeos tiene problemas de visión, solo 3 de cada 10 niños menores de 7 años han visitado alguna vez a algún profesional de la visión.
Los riesgos de no llevarlos a una consulta son muchos. Desde ignorar alguna patología grave, como una catarata congénita o un tumor ocular, que deben ser intervenidos de inmediato, hasta otros frecuentes, como ojo vago o estrabismo que comienzan a tratarse en los primeros meses o años de vida, cuando hay una mayor plasticidad cerebral.
Especialistas de Ultravisión coinciden en que esta primera visita debe hacerse en el primer año de vida. Además, apuntan que si se ha detectado algún tipo de alteración en la consulta del pediatra, en aquellos casos de bebés prematuros o cuando existen antecedentes familiares importantes de interés en padres o hermanos, incluso debe adelantarse. “Un niño no sabe lo que es ver bien si nunca ha visto correctamente. Por eso, el mayor problema puede ser que nos pase inadvertida alguna situación que el niño no sabe ni puede valorar”, señalan.
En muchas ocasiones, son los propios niños quienes pueden alertarnos. “Es a partir del primer mes cuando empiezan a fijarse en los objetos, a seguirlos con la vista y a detectar luces. Precisamente una señal de alerta para los padres es cuando los bebés no consiguen hacer ese progreso”, afirman en Ultravisión. Si pensamos que puede haber un problema de visión en un ojo, “cuando el bebé rechace que se le tape ese ojo, si lo tuerce o si el reflejo de la luz altera la pupila”, debemos realizar una visita al especialista.